Un átomo no sólo es diminuto sino sabemos, a estas alturas de la ciencia, que más del 99.9% “contiene” espacio vacío. Incluso los objetos de apariencia indudablemente sólida “contienen”, fundamentalmente, “nada”.
No obstante la visión pragmática del hombre ha dedicado mucho más tiempo tratando de descifrar ese 0,1%, en detrimento del 99,9% restante. Parece lógico pues ciertamente torna complejo tratar de encontrar “un algo” en “la nada”.
Por otro lado, el descubrimiento del vacío en el átomo hace 120 años abrió un nuevo y paradigmático camino en la ciencia, la mecánica cuántica, atravesando nuevas frontera, bordeando ese insondable misterio que se llama “vida”.
Desde entonces, la ciencia ha estado tratando de averiguar qué es todo ese espacio vacío y cómo, en función de una terceridad, el observador, se \»ajusta\» la \»realidad\» y, así, un electrón puede ser onda o partícula. Radicalmente, en este punto SE PARA LA CIENCIA, entra en un callejón sin salida, encontrando tan solo respuesta en los vastos dominios del misticismo oriental. Para una disciplina tan empírica como la ciencia parece harto difícil encontrar algo constante, explicable, predecible e impersonal, en la interferencia marcada por la subjetividad del observador, que permita formular una nueva LEY NATURAL.
Ahora los científicos pioneros vinculan, precisamente, la falta de progreso a la dificultad de encontrar la fuente del observador, la fuente de la consciencia, la fuente de nuestra experiencia vital.
Para ello hay respuesta: clara, concisa, certera, vital y verdadera. Una respuesta que nos devuelve al espacio PLENAMENTE VITAL del que, inexorablemente, formamos parte.
¿Interesad@ en desvelar el misterio?